viernes, 30 de marzo de 2012

Apariencias que engañan

A priori, una capa de dulzura cubría su imagen. Bajo su apariencia pulcra y beata, propia de alguien que no ha roto un plato en su vida, se escondían multitud de pecados capitales. Tras sus grandes ojos almendrados se adivinaban las traiciones y una punzante mirada de víbora capaz de devorar a cualquiera que no encajara con sus expectativas. Siempre con una forzosa y afeada sonrisa a flor de piel, por si debía encandilar a una de sus presas, una sonrisa que mostraba a modo de engaño a cualquiera que, desafortunadamente, tuviera el pesar de cruzarse con ella, una sonrisa que significaba fraude, que camuflaba la falsedad que desprendía su ser; era capaz de hechizar a todo el mundo aunque con el tiempo lograba el efecto contrario. Su lengua era como un puñal con el que atacaba a cualquiera que intentara encasillarse en sus planes, un puñal con el que acuchillaba a sus rivales, no sin antes regalarles zalamería por doquier, con el que limaba las verdades convirtiéndolas en mentiras o medias verdades, con el que destruía vínculos de amistad porque sus jugadas nunca eran limpias. Vendía inocencia en promesas de plástico y cosechaba mentiras de acero, siempre andando con pies de plomo por si la descubrían por sorpresa. Como el pez más inocente fue cazada en el centro de la red de mentiras que poco a poco terminaron por devorarla. En ese mismo instante, y como si la Tierra se la hubiese tragado, desapareció.

Ella se miró al espejo, y el espejo le devolvió esa imagen. ¿Cuánto tiempo más podrá seguir ocultándola?

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