domingo, 16 de diciembre de 2012

En boca de tantos



Intentaron reconstruir un mundo de palabras gastadas con el fin de renovar su concepto, y el eco les persigue, tortura y enreda; Cayeron en el error del deterioro y ahora evitan, ocultan y distorsionan. Y ellas persisten, por lo que fueron. Letras cual partículas, que brotaron ya interesadas, alimentadas por fines lucrativos. El tiempo, eje de racionalidad que deformó su esencia, aunque la forma persiste, haciéndoles víctimas del vocablo y esclavos del término. Contundencia de algodón de azúcar, que alimenta la boca de cuantos hablan, se reproduce y desaparece, desgastando el mensaje. Algunas creen ser dueñas de eternas verdades, y áridos son sus porvenires.  
 
Receptores escépticos que suprimen el mensaje de unos emisores reincidentes que lo frecuentan y marchitan. Significantes sin significado, mártires de bocas ignorantes que hablan sin propiedad. Algunas, son voces cegadas por el delirio y el eros. Otras, significantes manipulados por lenguas que no entienden de límites gramaticales y banalizan su significado. Mensajes que mueren en ausencia de singularidad. Términos que se permiten el lujo de disfrazar el engaño. Significantes que se alejan de su significado; intenciones que no muestran las palabras; sentimientos que no se leen entre líneas; pensamientos que transgreden grafías. Límites sistemáticos de dicciones rebuscadas e impecables, certezas que brillan por su ausencia en vocablos de ausente evidencia.  


Silenciadores que desearían sellar grietas. Grietas que un día fueron palabras. Palabras, o más bien, palabrería.

En boca de tantos, y en alma... ¿ de cuántos?

martes, 6 de noviembre de 2012

Jugadas premeditadas



Irrumpió en la sala con la intención de destruirlo todo. Sus andares pausados le acceleraban las pulsaciones. Hacía tiempo que no se manifestaba, pero jamás mudaba en costumbres. Adoraba  hacer acto de presencia en los momentos más importantes y menos oportunos; nunca faltaba a un banquete si intuía que podía ponerse las botas. Su condición atemporal empezaba a dar la nota en el eje cronológico de su asentada vida. Siempre fuera de lugar, tan indefinido, tan borroso; nunca comprendió los acordes del tiempo: apostaba por irrumpir a su antojo en un pentagrama vital en el que su presencia, fuera de tono, desafinaba la melodía. Vestía sus gestos con ademanes insulsos, deseoso de recuperar miradas extraviadas en el huir de unos sentimientos decuidados. Palabras rutinarias y sin aliñar transitaban por unos oídos, a estas alturas, inmunizados a su inigualable tonalidad. Su nombre se tambaleaba en  el ámbar del olvido mientras su esencia se consumía a fuego lento al filo del abismo. Su recuerdo, mezclado con el polvo, ya no le sabía a nada. Los coágulos de lágrimas habían fortalecido su ego y los motivos de su causa se habían evaporado. Ahora, ya sólo quedaba el vacío abismal que se abría ante ellos, absorbiéndoles, sin posibilidad de retorno.  Ya no se leían miradas entre líneas, ni se sonreían con deseo en la mirada. Quizás, porque el único deseo restante era pasar página, cerrar capítulo. Por lo visto, una mirada de perspectiva ludópata parecía no aceptarlo y seguía apostando en vano. Ella se anticipaba, predecía y esquivaba sus jugadas. En un visto y no visto ganó el juego, sin necesidad de esconderse el as bajo la manga. Ahora sólo ansiaba su retirada. Tal vez, en el mismo abrir y cerrar de ojos en el que había entrado en su vida,  saliera de ella.
  
Como los buenos jugadores, nunca mostraba sus cartas. Por eso, jamás comprendí si vino apostando por mí o quiso tentarme a su apuesta. Él, cual buen perdedor, volvía a barajar las cartas.

domingo, 14 de octubre de 2012

Ficciones de realidad

¿Recuerdas? Nos conocimos nadando entre luces de fantasía: sucumbimos a ellas  al perdernos en el brillo de esas miradas, que eran las nuestras. Mientras la brisa helada erizaba cada parte de nuestro cuerpo, nosotros nos deshacíamos en ella, en un fluir de sensaciones tan intenso como el perfume que desprendían nuestros cuerpos fundiéndose bajo el reflejo de la luna en el mar. Éramos dos desconocidos jugando a encontrarse, nos perdíamos el uno en el otro y, al mismo tiempo, nos convertíamos en agua, en mar, en olas. Yo era la arena mojada, tú eras el mar humedeciéndome; la playa era nuestra, y la noche se adueñaba de nuestros secretos. Todavía recuerdo tus palabras deshaciéndose en mis oídos, dulces y efímeras, como el algodón de azúcar. El rocío de la noche había cubierto nuestros cuerpos y el crepúsculo concedía un aire misterioso al ambiente. Vimos desde la arena el despuntar de la aurora, al compás de una alborada, con la que nos despedimos nostálgicos.

Lo bonito del despertar fue saber que no fue un sueño.

Por ello, a veces, me gusta ausentarme y sumergirme en esa dimensión efímera y placentera, donde la gravedad no existe y puedo flotar en el silencio de mi respiración, siento el palpitar de mi corazón mientras me deleito recapitulando entre mis memorias y el eco de mi consciencia me devuelve fantasías que cuando vuelvo al mundo real trato de evitar a toda costa, porque la realidad cubre las ilusiones con sombras.

Es entonces cuando el caer en la hipnosis de tu recuerdo me hace tatuarme más de ti. Cada vez que quiero seguir jugando a perderme, abro el cofre de mis recuerdos y te busco, porque sólo entonces, me gusta  encontrarte.

viernes, 28 de septiembre de 2012

Melancolía


Exhaló todas sus preocupaciones en ese suspiro; profundo, largo e intenso. Era un simple juego preliminar, el impulso que daría paso al mar de angustia que le agitaba por dentro desde hacía ya demasiado tiempo.
Tal vez, la opción más adecuada era una dieta depurativa de nombres, lugares, canciones, recuerdos que bloqueaban la libertad de deleite que, sin duda alguna, divisaba el porvenir. Demasiados prejuicios, errores y falacias se habían acumulado en su diario personal de la experiencia, dándole un toque ordinario a su carácter, que amargado en su dulzura, intentaba paliar el dolor que producía afrontar cada nueva circunstancia presuntamente prometedora; siempre mostrando un ápice de ironía que difuminaba, en cierto modo, esa inocencia nociva que tantas veces le había jugado malas pasadas. Solía  llevarlo a modo de máscara, era una especie de cosplay que le concedía un aire de heroína de cuento, una armadura para combatir la crueldad ajena a la que se enfrentaba  infinidad de veces en el día a día. Era lo que, inconscientemente, le llevaba a imaginar el final de las cosas buenas cada vez que una aparente felicidad personificada llamaba tímidamente a su puerta; escarmentada de razones irracionales e ilusiones ilusas que buscan la oportunidad en el más inoportuno. Demasiado tiempo subsistiendo a base de cucharadas de esperanza  ingeridas tras cada paso en falso que denotaba una caída emocional. Su rompecabezas carecía de ilusión.
Debió perderla junto a aquellas palabras especiales, que resultaron ser el pan de cada día de muchas otras. Quizás, la encerró en esas cartas que escribió, a la espera de unas respuestas que nunca llegaron. A lo mejor, se escabulle entre sus dedos cada vez que trata de buscarla en unas  miradas y gestos erróneos, o en esos típicos tópicos que a menudo se dicen por decir sin intención de ser cumplidos.

Mientras tanto, yo, ex malabarista de ilusiones, la anhelo desde lejos, en el limbo del silencio, pues mis desórdenes inoportunos me anularon la oportunidad.
Ojalá los errores fueran un punto y aparte y los remordimientos tuvieran fecha de caducidad. Pero en esta vida, todo lo que haces y decides es siempre un punto y seguido. A fin de cuentas, a veces, no queda más remedio que seguir adelante, y cual ave fénix, resurgir de las cenizas, retomar el vuelo.

jueves, 30 de agosto de 2012

Almas penitentes


  Franqueza de porcelana, desperdigada en la arena, corrompida, arrastrada, atizada por las olas. Ecos de nombres resuenan en las entrañas de un mar portador de memorias pretéritas. Voces marítimas que comunican, desprenden, recuerdan, provocan.  Ojos que sangran lágrimas azucaradas, fruto de una música anímica y silenciosa que no entiende de palabras, que es sorda a oídos ajenos y que ensordece a los propios, que únicamente despierta el alma de los ojos que la hacen suya, singular melodía de júbilos y lamentos. Segundos gastados, expirados, que nunca fenecen porque el mar los arropa y captura, los fotografía y recuerda. Memorias paquidérmicas de utópico olvido e imposible perdón; dueñas de secretos inconfesables y cómplices de malas consciencias. Remordimientos de hierro que oxidan la mente; perdones epistolares, con destino incierto, que nunca verán la luz; culpabilidades anónimas ocultas entre letras.  Momentos que persiguen, desgastan, supuran, ahogan. Lugares deshabitados que atormentan y oprimen por su esencia; recuerdos insípidos que hieren, heridas que inmolan. Amnesias fingidas por sobrias razones. Resaca de hechos. Instantes de fuego que no pueden ser quemados y arden en el alma. Rostros, en apariencia hieráticos, que tratan de ocultar cuanto esconden dentro. Flashbacks que desangran, silenciosamente, tratando de cicatrizar.

Ojos cegados, que no ciegos; verdades ocultas, que no ficticias; sucesos borrosos, que no borrados.

domingo, 5 de agosto de 2012

Verdades Mudas


Cada noche la observaba, a seis centímetros de sus labios, a años luz de sus besos. Un trozo de papel capturaba su imagen, haciéndola eterna. Desde hacía ya mucho tiempo, le leía la misma carta interiorizada.

"Ahora que lo pienso, olvidé mi alegría en la habitación de tu silencio. Traté de buscarla, la hallé tumbada bajo la cama, pues la oscuridad de tus palabras se negó a ofrecerle un sitio mejor. Quise deleitarte con un manjar especial, poniendo todo mi empeño en cocinar algún sentimiento capaz de enternecerte; los ingredientes eran escasos, pero siempre había escuchado que quien no arriesga no gana, y decidí arriesgar por ti. A la espera de lo imposible, o mejor dicho, de lo improbable, la ilusión decaía y terminó por arder entre los amenazantes fogones. Quilos de ilusiones carbonizadas y de sentimientos que no llegaron a su destino me obligaron a ofrecerte tan sólo una pizca de ellos, esparcida entre corazas de cartón y una indiferencia de hierro que se oxidaba a cada instante que el reloj biológico me alejaba de ti; me mantenía a la espera de un oasis de palabras en el desierto de tu silencio. Entretanto, un polvo de incertidumbre se mezclaba con el aire esparciéndose por mi cuerpo, erosionando iniciativas, sueños y deseos que alguna parte de mi mente decidió tejer antaño, cuando una fuerza magnética me obligaba a recrearte en los lugares más inhóspitos de la imaginación, en los rincones más recónditos de mis sueños. Deseos de papel navegaban desintegrándose en el fluir de unas lágrimas amargas, fruto de planear nuevas conquistas en territorio equivocado. Y mientras la cobardía me tentaba, sucumbía a ella. No sin antes atragantarme con las fichas del doloroso juego al que jugamos. Fue entonces, cuando tu indiferencia sepultó las semillas de mi esperanza, que ya no fui capaz de florecer por ti. No está bien jugar a cartas con los sentimientos, y menos tú, que siempre escondes el as bajo la manga."

Cada noche, sigilosamente, retomaba su lucha interna.
Y así es como sembrando y recolectando monólogos interiores, vivimos callando y morimos callados.

miércoles, 13 de junio de 2012

Cementerio de nombres


Fue al atardecer de su vida; tras haber tenido una auténtica cita consigo misma y mirarse al espejo, pudo ver reflejada una imagen clara y distinta de sí misma. De sus ojos cristalinos brotaron unos sentimientos tan transparentes que  apenas se dio cuenta cuando los hubo traspasado.

Ajena al mundo, se recreó, tranquilamente, en su realidad paralela, mirando a través del espejo; embriagada por el exótico aroma que desprendía el cementerio de tantos nombres olvidados. Se paseó entre la multitud de urnas que poblaban aquel inusitado lugar, distinguiendo, con mirada tardía, la singularidad de unas pocas, que con menguadas semillas, tanto fruto le habían dado. Depositó en ésas algunas flores, para que su recuerdo no dejara de perfumar sus días. Algunas tenían limados los relieves; de otras, camufladas en la sombra, apenas se distinguía inscripción alguna; víctimas del tiempo, o verdugos banales. Las delimitaba una por una con sus refinados dedos, recordando, sintiendo, exprimiendo el polen para fecundar su esencia. Algunas poseían letras en relieve, y con su lectura, el recuerdo de algún nombre evocaba la forma corpórea de un pasajero en vida que, durante unos instantes, tenía el privilegio de navegar a bordo de su melancolía dormida. En otras crecían malas hierbas, autosuficientes, de nombres enterrados en vida por una memoria selectiva, donde el dolor, traducido en nombre propio, yacía sepultado.

Y fue allí, dentro del espejo de su memoria histórica, oyendo retumbar el eco de la infinidad de nombres que fueron sellando su vida a fascículos, formando el diccionario personal de su experiencia, que sintió necesario rememorarlos, para evitar silenciar sus ríos, para entender el fluir del suyo. Ríos de vida, de caudales de rosas con sus espinas; aguas turbulentas, de discreta sedimentación.

martes, 22 de mayo de 2012

Un encuentro (in)esperado



Al parecer, tenía el corazón graduado por una luz de señales ficticias. Una mirada cóncava invertía sus realidades. Nunca la quiso, de hecho, aún guardaba los restos de otro amor en latas de conserva, pero nadie sabía dónde, ni siquiera ella. Camuflaba los pálpitos de su soledad al son de  unos gestos ufanos mezclados con unos sentimientos de andar por casa. Dulce por fuera, amargo por dentro; pintaba con lágrimas la fragilidad y al mismo tiempo la adornaba con sonrisas artificiales, un truco de magia con el que intentaba engañar al gentío, y de paso a sí mismo, pero no a mí, que le observaba desde hacía ya demasiado tiempo.

 Su mirada desgastada fue incapaz de sostenerse ante las interrogantes flechas de la mía; cohibida, parecía resistirse al magnetismo incesante que trataba de enlazarlas. Tras una lectura rápida de lo acaecido, que hasta entonces ignoraba, presencié la más cómica de las representaciones teatrales: El silencio se interpuso entre nosotros y ambos lo tomamos de la mano; cobardía y orgullo permanecieron extasiados por él, por un silencio que, incrédulo, gritaba de rabia. De vez en cuando, él balbuceaba unas frías palabras de cortesía que, sin éxito, pretendían disuadir la incómoda situación del encuentro. Palabras de amargura, que mis oídos saturados, supuraban. Paulatinamente, el silencio dejó de romperse y esas frías palabras terminaron por congelarse. Entonces, afloraron los nervios, se rompió una copa y los cristales cayeron a mis pies, partiéndose en mil pedazos; aunque, por supuesto, no iba a ser lo último que se rompiera aquella noche.

Fue en el instante en que me miró a los ojos, que la verdad salpicó mi rostro, extendiéndose por todas partes, llenando cada rincón. Fue el último acto. Ella, airada, agarró su mano mientras le alejaba de allí. Él se dejó llevar, cegado, absorto, y salió del bar sin decir una palabra. No hubo despedida; pero a fin de cuentas, tampoco hubo final. El teatro bajó el telón, y entonces, vinieron los aplausos.  La actuación sí había terminado. Dicen que la mirada es el espejo del alma, y por lo visto, algunas miradas tatúan lo innegable.