domingo, 10 de marzo de 2013

El amanecer de las almas


Como todo en la vida, fue un visto y no visto. Hacía un tiempo que miraban las manecillas del reloj y éstas les parecían de acero; las horas pasaban, pesando sobre sus hombros, forzando sonrisas, pero perdiendo ilusiones. Solían conjugar su pensamiento en futuro, inseguras en su seguridad. Hasta que un día, aquel futuro cortó el lazo que les ahogaba, y pudieron volar libres.


Las manecillas del reloj avanzaron como deslizándose, transformándose en ondulantes suspiros de aire, simulando la forma y el aleteo de una mariposa que flota y se deshace entre las notas musicales del tiempo, creando una inigualable musicalidad improvisada, incomparable a cualquiera escuchada anteriormente. Las horas deshacían los minutos, capturando el perfume; las mariposas avanzaban colándose por la boca, revoloteando por el estómago, erizando cada milímetro de la piel, acariciando cada vibración del alma. Era la unión de esos cuerpos desérticos, perdidos y solitarios, que sin buscarse, se encontraban;  eran sus lenguas que despertaron fundidas en el sabor exótico de un sentimiento desconocido. Vertederos anímicos repletos de deshechos de vendas que cubrían unos ojos que ahora, sólo descubren. Un cruce de miradas mensajeras comprensible sólo a ojos de quien las recibe. Una caricia a horizontes lejanos que, antaño, creyeron ser límites: espejismos del desierto de arena por donde vagaban sus almas dormidas.  Un billete de ida hacia la felicidad,  sin fecha de vuelta; suspiros de aire azucarados, vestidos con sonrisas aterciopeladas, que desearían volar siempre.


Era el despertar de dos almas perdidas, que se buscaban sin comprender, hasta que se encontraron.