sábado, 17 de enero de 2015

Tu mirada


Me mirabas mientras te contaba una historia que iba más allá de tus imaginaciones posibles. Me mirabas y parecías pensar que toda la fuerza del universo estaba dentro de mí. Me mirabas y yo sentía que toda mi fuerza la impulsaba tu mirada, y temí que, si dejabas de mirarme, no supiera encontrar de nuevo el impulso.

Te buscaba cuando el reloj de arena se paraba y sentía que el tiempo de mis ilusiones se veía truncado por un devenir inminente. Entonces, venías y le dabas la vuelta, y yo sentía que el tiempo volvía a ponerse en marcha, como si un simple instrumento pudiese medirlo a su antojo. Te acercabas a mí y me decías que era inmensa, que yo tenía el poder de controlarlo todo. No entendí por qué: Yo, que pesaba 19 kg y que tenía 5 años; yo, que pensaba que la inmensidad era inconmensurable, como el cielo, el mar, o el horizonte y que el poder sólo pertenecía a los reyes. En cambio, para ti, era inmensa.

Pensé que tu corazón era inmenso. Recuerdo cuando me deshacías el nudo de la coleta con una amable sonrisa… Yo, que pensaba que no había más solución que la tijera, y mi reacción al llanto era inminente. Sin embargo, siempre estabas cuando necesitaba esa dosis de calma. La paz estaba escrita en tus ojos y el mirarte me anestesiaba ante cualquier adversidad. Entonces, no me importaba la lluvia, ni la ausencia del sol, porque te miraba y tú me acogías con tu singular calidez y me abrazabas con la luz de tu mirada y yo sentía que podía volar, si quería.

Aprendí que no existen más medidas que las que yo decida establecer, que no hay medida para querer a alguien, ni para saber cuánto te gusta hacer algo; porque los sentimientos no se miden en números, tampoco la felicidad, ni el conocimiento. Solía llorar cuando sacaba un 4 en una redacción, no hubiera vuelto a escribir si no fuese por la sonrisa que enmarcaban tus ojos. Sonreías porque no es posible medir el conocimiento, porque yo no soy ningún número en la escala de nadie, sino una persona única en mi esencia, con nombre y apellidos. Me preguntaste si estaba contenta con mi redacción y yo, con lágrimas en los ojos, afirmé que sí, entonces sonreíste y una desconocida libertad se apoderó de mí. Tú, que nunca habías creído en los números. Desde entonces, me limité a sentir.

No sé si siempre sé elegir el “camino adecuado”, pero todos los caminos que tomo me parecieron “correctos”. En todos hallo el aire fresco del cambio que necesito para seguir recorriendo. Nunca me apoyo en un mapa, tampoco recurro a indicaciones ajenas a las que mi intuición me propone. Únicamente, recuerdo la mirada que me regalabas a cada momento, miro dentro de mí, con la lupa que tus ojos me enseñaron, y encuentro toda respuesta.