sábado, 20 de abril de 2013

Efluvios de terciopelo



Habían recorrido un tiempo juntos, de búsqueda de verdades y realización, redescubriendo la vida en clave y reconociéndose en el cambio tras cada reencuentro. De vez en cuando compartían amistad, sonrisas y un afecto azucarado, unidos por la memoria de un entrañable tiempo de dulzura, amor e inocencia. La simbiosis de conocimientos, experiencias y reflexiones se expandía ante ellos, a pesar de que el destino limitaba su encuentro a una serie aleatoria de capítulos intermitentes. “me gusta la belleza estética de las palabras sinceras en pequeñas dosis”. Siempre saboreaban con deleite cada encuentro, sin otro límite que el que el propio destino decidía establecer.

Invariablemente, siempre  nos queda la esperanza de creer en un futuro, albergar la esperanza de una casualidad, recordar un número, un lugar, una canción, un sueño… Cuando algo parece que está al borde de la muerte, sólo hay que rememorarlo para que no termine de vivir, aunque sea en el recuerdo. Fue lo que le dijo mientras alargaba la mano para darle un dulce apretón antes de aflojar de nuevo el hilo que mantenía unidas sus vidas. “Siempre estarás en mis sueños, donde el raciocinio no existe y los sentimientos se permiten el lujo de volar hacia lo desconocido.” 

Esta vez fue un lugar, un viejo almacén de libros en el que se albergaban grandes cantidades de fantásticos secretos, dónde una vez se vieron unidas la magia de la imaginación con la realidad de los sentidos; la utopía y la posibilidad ante lo imperial. Se detuvo unos minutos, reconociéndolo, sonrió y siguió su camino, saboreando la dulzura de un recuerdo que quizás nadie llegaría a comprender.  
“Que permanezca la virtud de encontrarse para saltar los obstáculos cuando estos impiden coger el impulso”.