martes, 22 de mayo de 2012

Un encuentro (in)esperado



Al parecer, tenía el corazón graduado por una luz de señales ficticias. Una mirada cóncava invertía sus realidades. Nunca la quiso, de hecho, aún guardaba los restos de otro amor en latas de conserva, pero nadie sabía dónde, ni siquiera ella. Camuflaba los pálpitos de su soledad al son de  unos gestos ufanos mezclados con unos sentimientos de andar por casa. Dulce por fuera, amargo por dentro; pintaba con lágrimas la fragilidad y al mismo tiempo la adornaba con sonrisas artificiales, un truco de magia con el que intentaba engañar al gentío, y de paso a sí mismo, pero no a mí, que le observaba desde hacía ya demasiado tiempo.

 Su mirada desgastada fue incapaz de sostenerse ante las interrogantes flechas de la mía; cohibida, parecía resistirse al magnetismo incesante que trataba de enlazarlas. Tras una lectura rápida de lo acaecido, que hasta entonces ignoraba, presencié la más cómica de las representaciones teatrales: El silencio se interpuso entre nosotros y ambos lo tomamos de la mano; cobardía y orgullo permanecieron extasiados por él, por un silencio que, incrédulo, gritaba de rabia. De vez en cuando, él balbuceaba unas frías palabras de cortesía que, sin éxito, pretendían disuadir la incómoda situación del encuentro. Palabras de amargura, que mis oídos saturados, supuraban. Paulatinamente, el silencio dejó de romperse y esas frías palabras terminaron por congelarse. Entonces, afloraron los nervios, se rompió una copa y los cristales cayeron a mis pies, partiéndose en mil pedazos; aunque, por supuesto, no iba a ser lo último que se rompiera aquella noche.

Fue en el instante en que me miró a los ojos, que la verdad salpicó mi rostro, extendiéndose por todas partes, llenando cada rincón. Fue el último acto. Ella, airada, agarró su mano mientras le alejaba de allí. Él se dejó llevar, cegado, absorto, y salió del bar sin decir una palabra. No hubo despedida; pero a fin de cuentas, tampoco hubo final. El teatro bajó el telón, y entonces, vinieron los aplausos.  La actuación sí había terminado. Dicen que la mirada es el espejo del alma, y por lo visto, algunas miradas tatúan lo innegable.