lunes, 26 de marzo de 2012

Alegórico

 Al principio no los terminaba, le gustaba dejarlos a medias, como muchas de las cosas que hacía, quizás era porque no le gustaban los finales, prefería las introducciones, apostaba por los nudos, no esperaba al desenlace. Tampoco encontró ningún final de su agrado, así que decidió evitar los finales, era algo superfluo.
Los veía venir, los observaba sin un mero ápice de interés, sólo se fijaba en la portada, veía el título y dejándose influir por el subtítulo, competía con el índice y ojeaba la introducción, era selectiva, estricta, directa. Se decantaba por las portadas duras y robustas, por los títulos heroicos y subtítulos productivos. Deambulaba entre índices recatados e introducciones elementales, se eludía de complicaciones. No le interesaba leer entre líneas, así que echaba un vistazo entre hojas, envidiaba a las lectoras pero no encontraba libros.

Debió ser por Primavera, entre flores, olores música y cultura cuando, literalmente hablando, le deleitó la literatura.
Acarició la portada, sintió su esencia y se embriagó de su aroma. Era un libro cerrado, le gustaba abrir sus páginas y, poco a poco, ir perdiéndose en ellas. Ahora pasaba las hojas y leía entre líneas. Al fin encontró su libro, se perdió en la lectura, y cuando quiso darse cuenta, no supo encontrarse.

1 comentario:

  1. Contingencia

    A sus ojos, un pasillo sinfín del cual brotaban columnas de ébano talladas con destreza ocultas bajo sábanas terciopeladas cubiertas por una tez grisácea. Sacó su mano del bolsillo, temblorosa, y estiró con fuerza uno de aquellos paños desfigurados por el paso del tiempo. Diminutas partículas despertaron y se abalanzaron sobre él como un manto de tinieblas que le hicieron retroceder buscando la salida.
    Dispuesto a desertar abandonando aquella causa, tomó el pomo de la puerta, expiró y miró atrás con la intención de despedirse de aquella estancia que creía no ser digno de poseer. Pero ya era tarde. El resplandor de las inscripciones en las cubiertas encuadernadas en pieles rojizas dominaban su mente haciendo de él un títere que caminaba de nuevo hacia un compendio de mundos en forma de libros.
    Ojeó las portadas, olfateó sus hojas doradas y palpó con galantería las palabras impresas.
    En lo alto de aquella librería un tomo forrado con un azul cielo le miraba, tímido, con deseo de ser elegido entre el resto.
    Se puso de puntillas, estiró el brazo, y con un movimiento torpe alcanzó aquel ejemplar cohibido. Ya entre sus manos, el libro parecía sonreír mientras él le clavaba los ojos.
    Nunca fue capaz de terminarlo, siquiera de pasar del prólogo, el cual, lo había enamorado. ¿Era digno de leerlo?
    La primera vez que lo vio supo que era para él. Pero no se entregó a sus páginas, no se arriesgó y lo dejó en aquel estante, apartado de los demás. Todas las noches se acordaba de el, sabía que entre sus lineas encontraría una infinidad de sonrisas, caricias, miradas, besos...
    Pasó el tiempo, y el recuerdo nunca despareció, pero el miedo a introducirse en él y no poder salir jamás, de no complacerlo.. le hacía recular.
    Hoy, teniéndolo entre sus manos, acariciando aquellos momentos, sigue batallando con la idea de perderse en él y no pensar en un final.

    “Hay un momento para dejarlo todo” Paulo Coelho

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