Todo
es un juego entre realidad y ficción. La una se funde en la otra
delimitándose en su condición informe. Mientras ellos, desde la otra cara de la
moneda, se divierten, tratan de abrillantar su imagen personal, promulgando ese
arte alcanzable a cualquiera, como puro artificio para abrillantar lo que no reluce.
Ocultan su naturaleza auténtica y se perfuman de la idea deseada y el deseo
ideal de un subjuntivo lejano. Formulan verdades
que no poseen, pues las palabras son grafías y ruido para el sujeto que desvirtúa. Razones
que hablan y escriben sin razón, como reflejo paradójico de una locura en
apariencia cuerda. Nos engañan, o nos creen engañar o creemos engañarnos de que
nos engañan…
Como
antídoto, el silencio. Sí, los silencios. Tan armoniosos, puros, virginales,
suaves, trasparentes, expresivos... Los que experimentamos cuando la ausencia
de sonido se vuelve necesaria. Tan musicales unas veces y tan incómodos otras. Admiro los melódicos, esos que se traducen como felicidad y amor, que
ocultan un sentimiento tan exquisito que se niegan a limitar con palabras. O los inmensos, los que
compartimos con esas personas capaces de regalarnos la paz y calma
de una pieza musical sólo con su presencia. O esos que se intercalan en la
sucesión de unos besos ascendentes, confluyendo en la unión de dos almas; como la sucesión de notas que acomoda un pentagrama. O esos que, simplemente,
limitan el sonido de una carcajada y persisten hasta el inicio de otra. O aquellos que son la guarnición de una partitura de miradas que
van más allá de todo y más allá de nadie, que nadan en la ambigüedad.
Ante la devaluación
de las palabras, la virtud de los silencios.
Los silencios siempre que se hagan bien, forman parte de la música :-)
ResponderEliminartotalmente de acuerdo :)!
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