Me mirabas mientras te
contaba una historia que iba más allá de tus imaginaciones posibles. Me mirabas
y parecías pensar que toda la fuerza del universo estaba dentro de mí. Me
mirabas y yo sentía que toda mi fuerza la impulsaba tu mirada, y temí que, si dejabas
de mirarme, no supiera encontrar de nuevo el impulso.
Te buscaba cuando el
reloj de arena se paraba y sentía que el tiempo de mis ilusiones se veía
truncado por un devenir inminente. Entonces, venías y le dabas la vuelta, y yo
sentía que el tiempo volvía a ponerse en marcha, como si un simple instrumento
pudiese medirlo a su antojo. Te acercabas a mí y me decías que era inmensa, que yo tenía el poder de controlarlo todo. No entendí por qué: Yo, que pesaba 19 kg
y que tenía 5 años; yo, que pensaba que la inmensidad era inconmensurable, como
el cielo, el mar, o el horizonte y que el poder sólo pertenecía a los reyes. En
cambio, para ti, era inmensa.
Pensé que tu corazón
era inmenso. Recuerdo cuando me deshacías el nudo de la coleta con una amable
sonrisa… Yo, que pensaba que no había más solución que la tijera, y mi reacción
al llanto era inminente. Sin embargo, siempre estabas cuando necesitaba esa
dosis de calma. La paz estaba escrita en tus ojos y el mirarte me anestesiaba
ante cualquier adversidad. Entonces, no me importaba la lluvia, ni la ausencia
del sol, porque te miraba y tú me acogías con tu singular calidez y me abrazabas
con la luz de tu mirada y yo sentía que podía volar, si quería.
Aprendí que no existen
más medidas que las que yo decida establecer, que no hay medida para querer a
alguien, ni para saber cuánto te gusta hacer algo; porque los sentimientos no
se miden en números, tampoco la felicidad, ni el conocimiento. Solía llorar
cuando sacaba un 4 en una redacción, no hubiera vuelto a escribir si no fuese
por la sonrisa que enmarcaban tus ojos. Sonreías porque no es posible medir el
conocimiento, porque yo no soy ningún número en la escala de nadie, sino una
persona única en mi esencia, con nombre y apellidos. Me preguntaste si estaba
contenta con mi redacción y yo, con lágrimas en los ojos, afirmé que sí,
entonces sonreíste y una desconocida libertad se apoderó de mí. Tú, que nunca
habías creído en los números. Desde entonces, me limité a sentir.
No sé si siempre sé
elegir el “camino adecuado”, pero todos los caminos que tomo me parecieron
“correctos”. En todos hallo el aire fresco del cambio que necesito para seguir
recorriendo. Nunca me apoyo en un mapa, tampoco recurro a indicaciones ajenas a
las que mi intuición me propone. Únicamente, recuerdo la mirada que me regalabas
a cada momento, miro dentro de mí, con la lupa que tus ojos me enseñaron, y encuentro
toda respuesta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario