lunes, 18 de mayo de 2015

En clave de mar


-         - Tiene la mirada tan pura que la noche es oscura si no la mira.

Sus andares avanzan,
lúgubres y tenues
junto a la orilla del mar.
Las olas se disputan ante sus pies
la llegada a tierra virgen,
humedecen aquello que es árido,
para dar vida a lo que creen muerto.
Y sus pies
colisionan con ellas,
sin detenerlas,
pero impregnándose de ellas.

También están muertos.

Anda solo,
pero otras huellas le acompañaron,
esas que el mar borró
 en su vaivén desesperado,
en sus gritos
de dar vida a lo que yace dormido.
Ya no hay huellas en la arena,
pero otras le acompañan,
se albergan en su interior,
y nadie alcanza a verlas,
por eso creen que no existen,
¿qué sabrán ellos?

Oigo el pensamiento de unos pies
que avanzan sin rumbo,
en busca de nada.

Me buscas en la nada,
pero ya no te sigo.                                                                                     

viernes, 3 de abril de 2015

Los cafés que te debo

Son tus andares azucarados
nubes en mi pensamiento.
Es el olor de tu piel
miel en mis labios.
Y las grosellas que crecen en tu boca
dorada.
Voy despacio, pero tienes prisa,
en recorrer con tu dedo
mi espalda.
A nadie le amarga un dulce.
Pero remuevo el café
amargo,
por tu ausencia.
Y espero sentada
a que entres por la puerta
vestido con una sonrisa.
Que me desvistas con la boca,
llena de palabras usadas.
Que abras el cajón
y que escapen los pájaros
que retienes con lazos.
Lazos que son nudos,
nudos que me atrapan.
Mordaza para mi alma,
veneno para mi sed.

Que no vuelvan, que se vayan
los cafés que te debo,
Que se pierdan tus noches
en mi olvido.

Que no vengan.

sábado, 17 de enero de 2015

Tu mirada


Me mirabas mientras te contaba una historia que iba más allá de tus imaginaciones posibles. Me mirabas y parecías pensar que toda la fuerza del universo estaba dentro de mí. Me mirabas y yo sentía que toda mi fuerza la impulsaba tu mirada, y temí que, si dejabas de mirarme, no supiera encontrar de nuevo el impulso.

Te buscaba cuando el reloj de arena se paraba y sentía que el tiempo de mis ilusiones se veía truncado por un devenir inminente. Entonces, venías y le dabas la vuelta, y yo sentía que el tiempo volvía a ponerse en marcha, como si un simple instrumento pudiese medirlo a su antojo. Te acercabas a mí y me decías que era inmensa, que yo tenía el poder de controlarlo todo. No entendí por qué: Yo, que pesaba 19 kg y que tenía 5 años; yo, que pensaba que la inmensidad era inconmensurable, como el cielo, el mar, o el horizonte y que el poder sólo pertenecía a los reyes. En cambio, para ti, era inmensa.

Pensé que tu corazón era inmenso. Recuerdo cuando me deshacías el nudo de la coleta con una amable sonrisa… Yo, que pensaba que no había más solución que la tijera, y mi reacción al llanto era inminente. Sin embargo, siempre estabas cuando necesitaba esa dosis de calma. La paz estaba escrita en tus ojos y el mirarte me anestesiaba ante cualquier adversidad. Entonces, no me importaba la lluvia, ni la ausencia del sol, porque te miraba y tú me acogías con tu singular calidez y me abrazabas con la luz de tu mirada y yo sentía que podía volar, si quería.

Aprendí que no existen más medidas que las que yo decida establecer, que no hay medida para querer a alguien, ni para saber cuánto te gusta hacer algo; porque los sentimientos no se miden en números, tampoco la felicidad, ni el conocimiento. Solía llorar cuando sacaba un 4 en una redacción, no hubiera vuelto a escribir si no fuese por la sonrisa que enmarcaban tus ojos. Sonreías porque no es posible medir el conocimiento, porque yo no soy ningún número en la escala de nadie, sino una persona única en mi esencia, con nombre y apellidos. Me preguntaste si estaba contenta con mi redacción y yo, con lágrimas en los ojos, afirmé que sí, entonces sonreíste y una desconocida libertad se apoderó de mí. Tú, que nunca habías creído en los números. Desde entonces, me limité a sentir.

No sé si siempre sé elegir el “camino adecuado”, pero todos los caminos que tomo me parecieron “correctos”. En todos hallo el aire fresco del cambio que necesito para seguir recorriendo. Nunca me apoyo en un mapa, tampoco recurro a indicaciones ajenas a las que mi intuición me propone. Únicamente, recuerdo la mirada que me regalabas a cada momento, miro dentro de mí, con la lupa que tus ojos me enseñaron, y encuentro toda respuesta.