Yo
también lo vi. Vi como sus ojos se diluían en una mirada retrospectiva cuando se cruzaron por aquella acera. Después de tanto tiempo, los años y la espera le habían
borrado la sonrisa, y a él, su recuerdo. Bajó la mirada una vez más. Ahora era de carne y hueso, no como en sus sueños.
No tuvo valor...
Era propio de ella
deambular por espacios atemporales, con los ojos puestos en el futuro y mirando
de reojo lo andado, siempre queriéndolo desandar con el dedo, en silencio, por
el mero gusto de curiosear, para mi disgusto. Vestía de negro para ver si así,
vistiendo de luto, se morían de verdad sus penas. Un brillo de locura se
apoderó de su mirada; perseguía las letras de una historia lejana, y trataba de
reescribirla, para ver si así la salvaba del olvido; nadie le dijo que los
cuentos cambian y también sus interpretaciones. Pero llegó él, y lo disolvió todo.
Al final solo quedó ella, sumida en el
olvido, que la arrastró hacia lo más hondo, donde se alimentó del eco de las
palabras que ella misma repetía. Eligió lo atemporal, la búsqueda de un sentido,
mientras el tiempo la olvidaba dibujando otras sonrisas y albergando otros recuerdos. Ella se aferró fuerte, primero con una mano, luego con la otra... hasta que la realidad superó su ficción; y entonces, le seguía quedando el papel, pero alguien le había arrancado la máscara.