¿Recuerdas? Nos conocimos nadando entre luces de fantasía:
sucumbimos a ellas al perdernos en el brillo de esas miradas, que eran
las nuestras. Mientras la brisa helada erizaba cada parte de nuestro
cuerpo, nosotros nos deshacíamos en ella, en un fluir de sensaciones tan
intenso como el perfume que desprendían nuestros cuerpos fundiéndose
bajo el reflejo de la luna en el mar. Éramos dos desconocidos jugando a
encontrarse, nos perdíamos el uno en el otro y, al mismo tiempo, nos
convertíamos en agua, en mar, en olas. Yo era la arena mojada, tú eras
el mar humedeciéndome; la playa era nuestra, y la noche se adueñaba de
nuestros secretos. Todavía recuerdo tus palabras deshaciéndose en mis
oídos, dulces y efímeras, como el algodón de azúcar. El rocío de la
noche había cubierto nuestros cuerpos y el crepúsculo concedía un
aire misterioso al ambiente. Vimos desde la arena el despuntar de la
aurora, al compás de una alborada, con la que nos despedimos nostálgicos.
Lo bonito del despertar fue saber que no fue un sueño.
Por ello, a veces, me gusta ausentarme y sumergirme en esa dimensión efímera y placentera, donde la gravedad no existe y puedo flotar en el silencio de mi respiración, siento el palpitar de mi corazón mientras me deleito recapitulando entre mis memorias y el eco de mi consciencia me devuelve fantasías que cuando vuelvo al mundo real trato de evitar a toda costa, porque la realidad cubre las ilusiones con sombras.
Es entonces cuando el caer en la hipnosis de tu recuerdo me hace tatuarme más de ti. Cada vez que quiero seguir jugando a perderme, abro el cofre de mis recuerdos y te busco, porque sólo entonces, me gusta encontrarte.