Exhaló todas sus preocupaciones en ese suspiro; profundo,
largo e intenso. Era un simple juego preliminar, el impulso que daría paso al
mar de angustia que le agitaba por dentro desde hacía ya demasiado tiempo.
Tal vez, la opción más adecuada era una dieta depurativa de
nombres, lugares, canciones, recuerdos que bloqueaban la libertad de deleite
que, sin duda alguna, divisaba el porvenir. Demasiados prejuicios, errores y
falacias se habían acumulado en su diario personal de la experiencia, dándole
un toque ordinario a su carácter, que amargado en su dulzura, intentaba paliar
el dolor que producía afrontar cada nueva circunstancia presuntamente
prometedora; siempre mostrando un ápice de ironía que difuminaba, en cierto
modo, esa inocencia nociva que tantas veces le había jugado malas pasadas. Solía
llevarlo a modo de máscara, era una
especie de cosplay que le concedía un aire de heroína de cuento, una armadura
para combatir la crueldad ajena a la que se enfrentaba infinidad de veces en el día a día. Era lo
que, inconscientemente, le llevaba a imaginar el final de las cosas buenas cada
vez que una aparente felicidad personificada llamaba tímidamente a su puerta; escarmentada de razones irracionales e ilusiones ilusas que buscan la
oportunidad en el más inoportuno. Demasiado tiempo subsistiendo a base de
cucharadas de esperanza ingeridas tras
cada paso en falso que denotaba una caída emocional. Su rompecabezas carecía de ilusión.
Debió perderla junto a aquellas palabras especiales, que
resultaron ser el pan de cada día de muchas otras. Quizás, la encerró en esas
cartas que escribió, a la espera de unas respuestas que nunca llegaron. A lo
mejor, se escabulle entre sus dedos cada vez que trata de buscarla en unas miradas y gestos erróneos, o en esos típicos
tópicos que a menudo se dicen por decir sin intención de ser cumplidos.
Mientras tanto, yo, ex malabarista de ilusiones, la anhelo desde lejos, en el limbo del silencio, pues mis desórdenes inoportunos me anularon la oportunidad.
Ojalá los errores fueran un punto y aparte y los
remordimientos tuvieran fecha de caducidad. Pero en esta vida, todo lo que
haces y decides es siempre un punto y seguido. A fin de cuentas, a veces, no queda más remedio que seguir adelante, y
cual ave fénix, resurgir de las cenizas, retomar el vuelo.